La parroquia Santo Domingo de la Calzada de la Cañada Real ha organizado una semana de oración y ayuno que ha dado comienzo el domingo, 15 de noviembre, con una Eucaristía presidida por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, a las 15:00 horas. El párroco, Agustín Rodríguez (en la imagen inferior), expone en una carta escrita para la ocasión, Escuchar a Dios en la oscuridad de la Cañada, que «en la Cañada estamos acostumbrados a lidiar con muchas realidades que destrozan la vida de las personas», que «denigran, estigmatizan e incluso hunden: fracaso escolar, falta de recursos sociales, incumplimiento de derechos básicos, criminalización, olvido, abandono, enfermedad, droga, abusos…».
Todo ello tiene un nombre: «Solo me sale, como con aquel otro muchacho de Gerasa, reconocer que su nombre es Legión», que «nos vapulea, nos quema, nos hiere, incluso nos suscita que nos agredamos a nosotros mismos». Y lo logra, indica, «cuando los vecinos echan la culpa a las entidades, cuando las entidades desconfían de las administraciones, cuando las administraciones responsabilizan a otras administraciones, cuando nada funciona…».
Para luchar contra esto hay dos herramientas que son las que el propio Jesús indica en el Evangelio: «Hay demonios que solo se van con ayuno y oración», que no son magia, como alerta el párroco. «Orar es aprender a ver las cosas con los ojos de Jesús para sentirlas con el corazón de Dios», y aprender a sentir como Dios requiere «tiempo a su escucha, a escudriñar la realidad y a Él mismo».
Por su parte, «ayunar es no cerrarte a tu propia carne», es «desproveerte» para «encontrarte con el otro; no es un «sacrificio para conseguir algo», sino «abrir el corazón sin remilgos para que lo esencial aflore». «Cada cual habrá de ver en qué consiste su ayuno», explica el padre Agustín en la carta, ya que «nuestras situaciones personales, nuestros estados de salud, son variados y distintos».
La oración a la que se convoca desde la parroquia será personal, «cada uno definirá sus momentos», y comunitaria. Esta última se hará en el templo, de 11:00 a 13:30 horas y de 16:00 a 18:30 horas durante toda la semana, y se meditará sobre los temas que afectan a la comunidad: incendios, el coronavirus, realojos, derribos e infravivienda, la juventud en Cañada, la violencia intrafamiliar y contra la mujer, droga y desencuentros. Todos los días se concluirá con la Eucaristía, a las 18:30 horas. El sábado 21 de noviembre se celebrará, a las 16:00 horas, una Vigilia de Esperanza, y el domingo, 22 de noviembre, la Eucaristía final de acción de gracias será a las 10:00 horas, y a las 11:30 horas, la ruptura del ayuno.
El párroco invita a participar en esta semana a todos los católicos «de Madrid o de lejos»; a todas los hermanos de otras confesiones cristianas; «a nuestros hermanos de otras religiones, especialmente a los musulmanes con los que tanta vida hacemos en Cañada. […] Compartir la oración nos hermana»; y «a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que tanto aportan en nuestras vidas cotidianas desde su ateísmo, su agnosticismo, su sincretismo religioso, su animismo, en la convicción de que somos una fraternidad».
Incendio, pandemia, cortes de luz...
Los dos últimos años en la Cañada han sido especialmente duros. El incendio que sufrió la parroquia en mayo de 2019, que destrozó por completo la cubierta del templo, obligó a celebrar durante meses, en el garaje de Ros, la Eucaristía, «¡algo tan nuclear nuestro! De siempre nuestra comunidad ha sido eucarística. De la celebración del domingo salía todo y a ella volvía también todo el domingo siguiente. No es posible entender nuestra parroquia sin sus misas».
La pandemia lo cambió todo, y al confinamiento se sumó la brecha digital. Y después, «cuando nos intentamos recomponer, se va la luz durante casi un mes. […] Y la oscuridad se convirtió en herida». Los días cada vez más cortos; la imposibilidad de utilizar las neveras y las lavadoras; el no poder bañar a los niños «por lo que muchos decidían no ir a los coles»; y quedar incomunicados, sin poder cargar los móviles, «perdiendo citas médicas, sociales, laborales…» han hecho mella en una barriada en la que se han abierto camino la desconfianza y el recelo.
«La impotencia de sentirse tantos días a oscuras rompe en irracionalidad» y «nace el dolor», que hay que ser capaz de acoger, nombrar, situar y «buscar su sentido más hondo y más íntimo» y también «no dejarle ganar». Porque, como explica el sacerdote, «a veces el dolor nos vence cuando se transforma en ira, cuando es revanchista y cuando nos hace perder la esencia de nuestra propia capacidad de ternura y sensibilidad […], cuando nos deshumaniza». También en ocasiones el dolor se enquista y entonces «se convierte en tumor y mata». «No se lo podemos consentir», ataja el padre Agustín. «La ventaja que tenemos es que sabemos dónde acudir», porque «solo Tú tienes palabras de vida eterna».