La catedral de la Almudena ha acogido este martes, 7 de diciembre, la Gran Vigilia de la Inmaculada, presidida por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro. Con el lema María, Madre de la Iglesia, únenos en la misión, la celebración ha congregado un buen número de fieles en torno a la Virgen con un llamado especial a la comunión y a la misión, ahora que acaba de arrancar en Madrid la fase diocesana del Sínodo de los Obispos.
Los actos han comenzado con el rezo del rosario en sus misterios gozosos, dirigido por Susana Arregui, la nueva directora del Secretariado de Apostolado Seglar y miembro de la comisión diocesana del Sínodo. El fiat de María, ha recordado Arregui al comienzo del primer misterio utilizando palabras del Papa Francisco, «no es simplemente un “suceda”», no es resignación, sino que «expresa un deseo vivo». «María nos invita a decir "sí" sin aplazarlo». A su vez, el Niño en el pesebre es «una guía para conducirnos en la vida». Como dice Francisco, «necesitamos dejarnos atravesar por su amor gratuito».
El pesebre de Belén «nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás». Que como María y José, Simeón y Ana, ha añadido Arregui también con palabras del Santo Padre, «nos dejemos guiar por el Espíritu Santo» y «sepamos escucharnos los unos a los otros» en esta fase inicial del Sínodo. Por último, al igual que María y José buscaron angustiados a Jesús cuando se quedó en Jerusalén, «que tengamos siempre sed de su Palabra y de la Eucaristía, y que le busquemos incansablemente en todos los momentos de nuestra vida».
Estar en camino y vivir en el servicio
La vigilia ha continuado con la Eucaristía, concelebrada, entre otros, por los obispos auxiliares de Madrid monseñor Jesús Vidal y monseñor Santos Montoya. Durante la homilía, el arzobispo de Madrid ha subrayado que, en medio de las tribulaciones, violencias y sufrimientos, algunos de ellos evidenciados por el Papa en este último viaje apostólico a Chipre y Grecia, «María nos invita a que nosotros entreguemos esperanza».
Una esperanza que no es «un optimismo adolescente», sino «construir cada día con gestos concretos el reino del amor, la justicia y la fraternidad que inaugura Jesús gracias a esta Madre excepcional». Las palabras de María, el «he aquí la esclava del Señor», hicieron surgir «la esperanza verdadera, que es ternura» y también compasión, y que hace superar, ha insistido el cardenal Osoro, cerrazones y rigidices. «Desde María y con María, demos esta esperanza», esa que dio Ella «prestando la vida para mostrar el rostro de Dios».
A su vez, «en la escuela de María aprendemos a estar en camino» para llegar a tantas vidas «que quizá han perdido el horizonte». Un camino que se aprende a hacer en el barrio, en Madrid, no ofreciendo soluciones mágicas, «no a fuerza de promesas fantásticas», más bien se aprende «a nutrir el corazón con la riqueza […] de Dios mismo». También en esta escuela «aprendemos que la vida está marcada no por el protagonismo, sino por la capacidad de hacer que los demás sean protagonistas porque los amamos con el mismo amor de Dios». La Virgen «nos brinda coraje, nos enseña a hablar y sobre todo nos enseña a vivir» sin miedo a «la ternura, a la caricia».
María enseña también al hombre a servir, ha indicado el purpurado. Ella, que fue una mujer «que hizo el mayor servicio que se puede hacer: prestar la vida a Dios, para que Dios tomase rostro humano», y así conocerlo y ser discípulos suyos. María «es la que nos hace descubrir que Jesús, a sus hijos, nos ha elegido» no para cualquier cosa, sino «para ser santos, para amar, para entregar el amor de Dios».
Hoy la Inmaculada Concepción «se acerca a nuestra vida», ha abundado el arzobispo, y «nos enseña a decir a Dios “aquí estoy, Señor”», aun con debilidades y pecados. El cardenal Osoro ha concluido asegurando que, igual que el ángel le dijo a María que no temiera, así Jesús dice a los hombres: «No temáis, os he dejado a mi Madre».